miércoles, 30 de diciembre de 2015

Pérdida



Has abierto
un hueco,
solo
profundo,
para verter
que suene el latido dentro
gemido vacío.
Crees estar solo,
no es así
tu perdida te acompaña
renueva
limpia
aflora
revela lo que eres
lo que estas siendo
lo que has sido
lo que llegarás  ser.
Aquella parada
con estación
te desnuda
te invita a llorar
pero no a que te compadezcas,
pérdida se llama la estación
sombría como tu hueco herido de alma
lavatorio
tu huésped de ahora

sábado, 5 de diciembre de 2015

Un minuto para salvar el mundo



Párate. Un segundo. 
Párate. Una eternidad. 
Párate: respira. 
Párate a observar tu adentro, tu profundidad, tu proximidad.
Quizá hace tiempo que no te paras, 
que sigues ensimismado en todo lo que vendrá, 
que no quedan en ti adherencias porque no consigues verlas. 
Quizá sigues también, esperando al próximo tren,  aquél que te lleva al futuro.
Mientras esperas, das las espalda a tu instante, olvidas el amanecer de este día, y sacudes todos los olores y gestos de las cadencias instantáneas que se suceden a tu paso.
¿Has creído, acaso, que podrás vivir esta maravilla cuando ya suceda? 
¿Acaso crees que la evocación, que aquél viaje de ida y vuelta de Chateaubriand  podrá salvarte?
Cuando envejezca tu instante, éste anunciará la última de sus primaveras.
 Probablemente  no quedará más que aquella evocación, que aquel viaje de vuelta rememorado, 
torpe  y olvidadizo. 
No será otra cosa que carne tratada, almacenada.
Ya será tarde
¿Has creído, acaso, que la fotografía del trastero dará brillo a tu sonrisa, que podrás volar sobre el mismo paisaje que rechazaste cuando lo visitaste por primera vez?
¿Será la melancolía capaz de reconstruir la inocencia inicial de aquella primera visita?
No. 
Lo siento
Para salvar aquél mundo, aunque sea sólo un minuto, no podrás aferrarte a tu supervivencia futura, 
no podrás malgastar ni un segundo más en tu ego.
Para salvar tu mundo, aunque solo sea un minuto, tendrás que pararte
Pararte ante ti, excavar en tus tripas
Y una vez sacudido, ya casi exhausto de tanta belleza
Pararte otra vez, coger tu minuto y segundo con tus manos
Y salvar tu mundo

Para salvar al mundo



(Homenaje a Nachete)

jueves, 26 de noviembre de 2015

escribIR

Este es el verbo en el que me convierto cuando dejo que mi interioridad se transcriba en palabras. Ser este verbo, escribir, no es un momento fácil. Recorre un trayecto que me lleva de la desconfianza en las palabras a la confianza en el proceso.
¿Queda algo de verdad tras la escritura?

¿Estoy escribiendo para mi mismo o para ser leído?

Una elección se me plantea, casi siempre al principio. Si escribo para ser leído, trato de comunicar algo al otro o esa creación propia que creo no ser yo, pero puede que nunca esté seguro de no serlo. Así busco dejar una estela de verdad, de sentido o de belleza que llegue a formar parte del lector.

Si escribo para mí mismo, el escribir, la escritura y el que escribe busca la disolución de sus límites en el verbo. Quizás este proceso haga del escribir un acto válido en sí mismo… no sé; tal vez nunca lo haya experimentado como tal, quizás siempre hubo alguna pretensión de conquistar alguna verdad profunda, de descubrir lo de dentro haciéndolo visible al intelecto, sacándolo o esculpiéndolo con palabras. ¿De verdad hay algo hay dentro? ¿Hay alguien ahí? ¿Hay tiempo? ¿Espacio? ¿Hay siquiera interioridad? ¿O son sólo pensamientos que pasan como ráfagas de viento, sin dirección, sin objeto?...

¿Dónde está mi casa? ¿Quién es ese ‘yo’ que se pregunta por ‘su’ casa? Tan sólo es ‘algo’, un ente indeterminado que tiende a nombrarse para comprenderse, para saberse parte de algo que lo trasciende y con lo que tiende a identificarse cuando deja de nombrarse. Se trata quizás de un yo jerárquico cuya identidad es dinámica, que se define a sí mismo en relación a lo que considera no yo, a lo que llama ‘lo otro’.

Nombrar un yo es poner algo que me es propio, algo de mí, en relación a algo que considero ajeno, externo o periférico. En realidad, eso que hoy veo como externo, podría INcorporarlo al situarme en otro nivel de la jerarquía del yo.

Cada vez más, siento el mundo, a eso que llamamos realidad, como una emanación diferenciada que es propia de cada centro de conciencia. Cada centro de conciencia es un instante desde donde el universo se recrea obedeciendo a las leyes singulares de ese centro de conciencia desde el que emerge el universo.

La idea de universo, en el sentido de un lugar común para todos los centros de conciencia donde todo ocurre simultáneamente es quizás una idea distorsionada para el ser individual; una idea que alimenta al ser social y lo lanza a un territorio de ficción al que concede mayor validez que al propio mundo, como emanación única e intransferible… tan sólo una voz, quizás.

Y queda abierta una pregunta para cuando el instante emerja… llegado el momento de la indagación:

¿Cuál es la relación, o cómo se relaciona el ser individual con el que me identifico ahora, con el ser social o colectivo que se ha construido mecánicamente como escenario para la manifestación del personaje que interpreta este papel en el teatro del mundo?


lunes, 9 de noviembre de 2015

Pobreza



 Rico eres de materia
estúpido en fragancias
mariscos
perlas y azabache,
tu piel se estira
se exhibe
mendiga miradas.
Has perdido las estaciones
el mar,
la castaña, la nieve
y la rosa.
Hueles a jazmín enlatado
y apestas en tu boca.
Pobre ilusión
de riqueza
desenfocada,
por ti no pasan los años
pero padeces la epidemia
no ríes
ya tanto tiempo
no amas
no lloras
has cerrado los ojos
y ya nadie te mira
nadie te ve
sólo eres memoria olvidada



Preludio



Al final,
un desnudo
agua marina
por verla
qué memoria de guardia
en el día,
en la noche
devorado
al vivir,
al mirar
al sentir
Solo


sábado, 7 de noviembre de 2015

Cuando menos es más


Aspiramos a descubrir lo esencial en el vivir y como consecuencia su correspondencia en el plano físico de la materia; la arquitectura como soporte destinado a proteger la vida individual, a elevarla, a prolongarla… a permitir que se exprese de manera espontánea y fluida, potenciando el crecimiento emancipado y la diversidad en su encuentro abierto con el medio natural y con quienes habitan sus contornos.
En ningún caso la arquitectura debiera comprometer el vivir y sí liberarlo de todas las restricciones posibles.
Somos los arquitectos los máximos responsables en la anticipación de las condiciones materiales que canalizan las fuerzas del habitar humano; la civilización pasa por uno de los periodos de mayor incertidumbre e inestabilidad de todos los tiempos; las construcciones arquitectónicas han ido perdiendo progresivamente su carácter de permanencia y atemporalidad; los materiales y las técnicas constructivas ponen de manifiesto la transitoriedad y la irrelevancia de las formas, que se han constituido como moneda de cambio; el sistema del libre mercado se ha apropiado de la obra de arquitectura como objeto de consumo capaz de rentabilizar la inversión a corto-medio plazo, o ya ni tan siquiera eso.
Finalmente nos dimos cuenta de que la arquitectura ha de ser algo más que un producto al servicio de las ʻcapas altasʼ de la sociedad. La arquitectura es la aplicación de la inteligencia humana al servicio de la Humanidad y son momentos como este los que demandan la mayor implicación del arquitecto. Ahora que contamos con datos más precisos, ahora que todos estamos interconectados, ahora que sabemos que cada una de nuestras acciones repercute en resto del planeta... ¿seremos capaces de revelar los acuerdos que sirven a una vida más intensa, más solidaria, más libre o más plena?



sábado, 31 de octubre de 2015

Herrando el tiempo



Furia del viento, danzando
  lanzado como  fuego, 
desgastado en su uso, en su abuso
 y la velocidad gobernando el paso, la cadencia,
 cada tempo físico de las arterias. 
Siempre es necesario parar para volver a verse, 
para entender qué pasa, 
quiénes somos, 
detenerse, 
definitivamente 
detenerse.

Carne podrida



Ha sido patético visitar aquél cuerpo podrido, despegado de sí. Ha sido como recrear con una marioneta y sus hilos, a un muerto. El pasado huele, a veces, a carne putrefacta. Pero no porque realmente halla en él, hueco para la pudrición y su elogio, sino porque es nuestra forma de mirar y entenderlo quien nos lleva a verlo así.  No hay nada en el pasado que tenga consistencia. No puede haber basura, si lo pensamos bien, que aguante tanto tiempo a la intemperie. El verdadero problema reside en las fuentes refrigeradoras de los pensamientos. Son éstas, las que se encargan de guardar toneladas y toneladas de carne en mal estado a baja temperatura. El cuerpo de la mente es generoso en vanidad y muy rácano. No se desliga de nada, gusta de consumir y roba si es necesario. Se muestra casi siempre deseoso de engullir y no padece anorexia. Ese es su gran poder y nuestra gran carga. Suele salir durante el día a vender las provisiones adquiridas, se las lanza al tendero, a los amigos, al compañero de trabajo, y se pelea con el tráfico y escupe al silencio. La noche es su atributo y el almacén donde trajina con el contrabando. Se nutre de todo lo peor y no diferencia fragancias.
¿Qué hacer entonces con el pasado, con su carne? Nada de nada. No puede hacerse nada, porque el olor no emana de aquella carne sino de los fogones que la calientan. La pudrición no proviene de aquellas historias o heridas, no es heredera de lo que nos pasó y tampoco se retroalimenta como si los duendes siguieran moviendo, a su antojo, las historias ocurridas. La carne huele a podrida porque, quizá, hemos vestido a nuestro cuerpo de carnicero salvaje, hemos disfrazado el alma de degollador o guillotinador. Echamos la culpa al vecino del pasado, nos removemos por dentro como si aquél fuera el culpable, y olvidamos que la cuchilla descansa sobre nuestra mano. El pasado no tiene espesor ninguno, no tiene carne a la que atarse o filetear. No hay nada en él que huela realmente mal. Es  nuestro presente quien insiste en tener la cocina del restaurante abierto hasta el amanecer.
Y el humo es sabio, también el olor: se anuncia desde las chimeneas y los vestíbulos con su bocanada desagradable. No puedo imaginarme ninguna cocina limpia que antes no ha sido lavada con lejía, aire limpio y algún que otro baño con azufre. Supongo que la carne no tiene la culpa de nada, que no está podrida ni apesta. Que es sólo una cuestión de factura,  perspectiva, higiene y aceptación. Creo que un poco de tomillo y laurel no nos vendrá mal. Y todo ello aderezado de simpatía, buen humor y alegría. Seguramente los olores no serán los mismos en esta pequeña ciudad que todos tenemos dentro, y seguramente así, hasta puede que vengan a visitarnos y compartir nuestra mesa…


miércoles, 30 de septiembre de 2015

Incertidumbre necesaria



“Una sensación de certidumbre, de satisfacción y de finalidad que surja demasiado pronto puede resultar catastrófica”. Tan catastrófica como nuestra necesidad acabada y dirigida; escrutada de la realidad. No existe realmente, y en las palabras de Pallasmaa se describe, una relación con el mundo que pueda carecer de incertidumbre. 
De hecho, ¿no es peor la sujeción y el control desmedido? 
Por supuesto que hay en sus palabras el rastro del maestro, como lo nombra Kierkegaard, la sombra del Descartes anciano que anuncia su vejez, visitando la ignorancia y explorando cada descubrimiento como nuevo. El mundo que rastrea nuestra cultura sólo pretende creer en que el tiempo nos hará más sabios e inteligentes. Más astutos y preparados. Pero, tal y como dice aquél maestro: “mis esfuerzos por instruirme sólo me habían servido para hacerme descubrir más y más mi ignorancia”. 
Supongo que asumir esta realidad es todo un reto, pero supone un alivio cuando se refunda como máxima. Si no hemos venido aquí para asumir la acumulación del prestigio de la sabiduría personal, quizá, podamos entender aún más, la fortaleza que el presente, como único espacio real, tiene en todos nosotros. Ya no existirá la lástima que brota en la cabeza cuando se siente uno desconocido o perdido, cuando se ve empujado a buscar y buscar para sentirse invadido de gloria y riqueza. 
Si la incertidumbre o la falta de certeza fueran más "catastróficos" que la estabilidad de las ideas, probablemente este mundo viviría en continua y creativa revolución; al menos, silenciosa. Sin embargo, salirse de la acomodada percepción del mundo, huir de la asequibilidad del relato, procurará un desconcierto que al sistema no le interesa. La sociedad del consumo no puede entrar en descubrimientos e incertidumbres. No puede ni desea fijarse en más que lo acabado. Ni pretende verse envuelta en carnes del mundo podridas y olorosas: la degustación de la realidad debe darse sublimemente en bandejas, en mentiras y en dulces insultos.
Toda forma de desconocimiento, todo malhechor que se niega a aceptar su totalidad acabada es, definitivamente, un pájaro sin nido ni canto.
Me parece que queda claro: si los maestros confiaban en la servidumbre y el desprendimiento; en la insatisfecha brecha de lo no descubierto y la inacabable línea imaginaria de lo que queda por descubrir, es porque acostumbraban a mirar en la profundidad, desde una visión “desenfocada” que alumbra la rebelión y calienta el fuego de las ideas. Aquella gran tristeza que vivimos todos, tras el despampanante juego de luces de circo,  nos ha hecho acreedores de la estupidez de la razón acabada, la que es nuestra y a su vez no es de nadie. Vivir en la certeza, quieren y queremos. Pobres ilusos.
El mensaje al contrario es claro y sólo tiene un rumbo: incorporar la incertidumbre y el "desconsuelo" a nuestra dieta emocional son, a buen seguro, el mejor de los antídotos contra nuestra falsa necesidad de sabiduría, paz y consagrada calma.
Sólo así podremos vivir tranquilos

Incertidumbre



¿Queda alguien ahí fuera que no haya sido presa de la incertidumbre? ¿Puede haber un mundo emocional desprendido en algún lugar de ella? ¿Existe alguna fuerza que ayude a soportar la pérdida o el desajuste del tiempo?
No sabría responder si existe o no alguna razón para creer que así es. Pero estoy seguro que un acuerdo de paz con la incertidumbre es indispensable. Pensar la vida como una situación lineal donde lo acabado ocupa el primer espacio del caminar es, por definición, un despropósito. Argüir estrategias que se encaminen a suavizar su poder destructivo también. La incertidumbre es tan necesaria como la vida misma a la que se sujeta, y no entender su normal funcionamiento, es lo que realmente provoca la parálisis.
Es cierto, que hemos venido por algo, que necesitamos crear  un estado de situación en el mundo. Es normal, además, que nos mostremos dudosos y extenuados cuando las situaciones que irrumpen en nuestra vida asolan nuestro paso.
¿Pero, qué se puede esperar de los cambios, los lugares de transición y las paradas de autobús? 
No han sido creadas, precisamente, para consolidar, sino que intentan reformular lo pasado y provocar una nueva toma de conciencia. Intentar apuntalar los paradigmas a los que estamos acostumbrados, sólo ayuda en una dirección: la protección del miedo y la cubrición de nuestra zona de confort. El riesgo real es una situación que asusta y enmudece, que enfría poderosamente nuestro comportamiento.

 La incertidumbre, en su justa medida, organiza un espacio creativo que es consustancial a la vida. No existe una sin la otra: se retroalimentan. Lo malo es que la entendamos como una suerte de aflojamiento y decadencia intelectual. Que veamos en ella el punto crucial de una previsible derrota; vamos, que la hagamos fuerte desde los reproches, los miedos y las confusiones. En ese caso hay que llevar cuidado porque la astucia de la mente suele generar un circo que desde nuestra falsa interpretación nos puede llevar a la lástima y la caída. 
Aceptar la incertidumbre desde el hermanamiento podría apoyar la tesis, defendida aquí, de que es necesario acceder a un campo más amplio de visión en donde su naturaleza vive en sana comunión con  nosotros. Si queremos un mundo lineal sólo alcanzaremos la felicidad en otro mundo u otra vida, pero en ésta, la empresa parece difícil. Así que hay que combatir y afrontar -como un juego que participa y se recicla- en el jugo interior de la incertidumbre, en su profundidad, y no tanto en su superficie; la que afea su realidad y la pervierte, la que suele mentir más que aportar ninguna verdad. En aquella profundidad, la misma que todos tenemos, reside un papel que sana y corrige, que recicla y ayuda a avanzar, en la seguridad de que todo lo que nos pasa, a buen seguro, podrá encontrar la mejor de la soluciones.

lunes, 31 de agosto de 2015

Habitarse



Supongo que no hay razón para perderse entre calles sombrías; para verse sacudido por el estupor de la noche. Supongo que no es la ciudad quien provoca la pérdida. Que a pesar de todo, en ella, no hay nada, que no haya sido creado antes por nosotros. Todos tenemos una pequeña ciudad interior. Con sus avenidas, sus largas calles, sus adarves, nudos, plazas e hitos. Todos, de alguna manera, practicamos una forma de entender la ciudad que hace que ésta sea. Adquirir esa última conciencia conlleva un esfuerzo de reflexión, pero también facilita una relación mucho más abierta y libre con lo que somos. Esta es la esencia misma de habitarse. Todo lo escrito o pensado en estas dos últimas décadas nace de reflexiones sujetas a la interpretación de determinados críticos. Todos han arrojado luz sobre las cuestiones más acuciantes de la ciudad, pero también han fortalecido el distanciamiento individual y elegido. Nadie puede habitar a través de otro. Nadie puede deshabitarse. La ciudad es antes que nada, un mejunje de habitares sólidos y líquidos, de pelos rojizos o rubios, de sabios o necios, de señoritas de postín o vagabundos de pan. Todo son habitares en toda sus expresión y todos habitan a su antojo; los más afortunados, y bajo la tiranía, los que menos. Aún así, por poco que quede en los rincones más profundos de la conciencia, el acto del habitar no es otra cosa que la adquisición de una elección que manipula y tergiversa la ciudad. No puede haber teoría posible que aísle, bajo generalidades, la manifestación plural e innumerable de la humanidad. Se agradecen los esfuerzos por reglar la realidad pero al final, ésta se abre paso desde cada y único caminar.  Yo me habito antes que nada. El hecho de que yo fije mi atención sobre la bajada de un pasajero en una estación, y la forma en que mira a la mujer que le releva en su asiento, no está determinado por el consenso de la crítica ni por su relevancia o postureo. El acto del habitar individual es indescifrable y único. Cada cual elige su manera de acercarse al mundo y defiende aquello que le resulta más apropiado. Y aquella apropiación no tiene por qué ser consciente o haberse nutrido en teorías del gusto o filosofía contemporánea. Simplemente actúa como la vida y cualquier comportamiento molecular del mundo: desde el cambio y la inestabilidad. Habitarse, antes que nada, es un acto de reconciliación y autoconciencia humana. No puede delegarse ni venderse en el circo a poco precio. Nos guste o no. Cada uno de nosotros deja su huella, por muy insignificante que parezca. Cada uno de nosotros modifica algo en su paso, por muy pequeño que sea. Y cada uno de nosotros es habitar en esencia y antes que nada, ocupa su minúscula parte en el mundo, pero la ocupa al fin y al cabo. Quizá, esa sea la gran y siempre reciclada esperanza histórica del hombre: seguir habitando el mundo. Seguir habitándose…

Millonarios de instantes



Las enseñanzas de lo cotidiano actúan con más profundidad en nuestra personalidad, que la fugacidad de las grandes previsiones. No hay nada como sentarse en la plaza de un pueblo y simplemente pararse a escuchar. Los abuelos han caminado toda su vida y se aferran a los mismos paseos, con los mismos vértices, inicios y fines. Se dejan caer con toda su amable alegría en los bancos. Improvisan conversaciones o charlan de lo cotidiano como si la vida para ellos no tuviera ningún tiempo externo. No creo que la televisión sea un problema para ellos ni la era digital. Ellos siguen soñando con los montones de paja donde dormir sin temor a nada. Siguen resumiendo su vida en cada paso, porque ellos sí han venido para seguir forjando abreviaturas. 
¿Por qué habremos condenado la abreviatura al campo pseudo social del comercio de imágenes? 
¿Por qué seguimos insistiendo en la conducta del consenso, del ciberespacio? 
Con tan poco se puede ser millonario, pero nunca es suficiente. 
Las generaciones han ampliado y reducido las distancias, no se contentan. Creen haber dominado el mundo con las redes digitales y la alta tecnología del transporte. Podemos movernos a toda prisa, reducir los espacios en su distancia y limitar el mundo a un grano de arroz. Sin embargo, paseamos en nuestro pueblo bajo la obsesión de las mismas lecturas de falsa identidad. No soportamos el coche lejos del hogar; dormimos con la inquietud del movimiento de un parabrisas en una noche de lluvia. 
Desde esa ley, el sujeto retoma la ciudad o la urbe con la ansiedad de un delineante que cruza y cruza líneas para tenerlo todo atado. 
Creo que deberíamos aprender a parar un momento. 
Reflexionar sobre porqué hemos llegado a desestimar las abreviaturas en la ciudad y en nuestros pueblos. Porqué se necesita someter las escalas de cada lugar a la medida de otros. 
El tiempo se ha desdoblado, hay una gran oquedad en todo el tiempo. Cuando se escucha la sabiduría de aquellos ancianos se entra en razón. Parece que se suspenden los impuestos, las tonterías, el exceso de palabras. Aquellos millonarios de instantes no se vendieron al diablo ni se han perdido en copas o borracheras por ganar la lotería. Siguen a su ritmo escudriñando humildades de riqueza desconocida. Hay que estar muy atento y escuchar mucho. Quizá haya que subir sus mismas rutas, y descansar en las mismas fuentes de abastecimiento emocional, para llegar al estado en el que ellos se encuentran. Creo que podría bastar y hasta sobrar tanto silencio y verdad. Tanto millonario con ropas de labranza y pedazo de pan. 
Para el dolor insalvable de los ciudadanos que siguen buscando la fortuna material: que busquen menos y se sienten a descansar. 
Que cierren los ojos, 
que callen. 
Que sea la humildad, la humildad millonaria la que emprenda todas las voces.

viernes, 31 de julio de 2015

Errante



Es errante el que ha vivido de adherencias que se pegan al cuerpo como una escafandra. Es errante el que huele a desarraigo y no posee nada que no sea la materia de la que proviene. Este es el gran misterio del hombre: la dualidad. Parece que el mundo es, antes que nada, un extraño escaparate a través del cual miramos y nos exhibimos. Es asombroso contemplar, como sufrimos un desdoblamiento total cuando observamos a la madre tierra. Se supone que formamos parte de lo mismo, que somos seres integrales, pero con el tiempo y al nacer, no acumulamos otra cosa que desprendimientos. La vida se vuelve una suerte de cosa ajena, la tierra se explica en congresos y conferencias. La naturaleza se televisa y aparece por internet. 
El hombre se aparta.
  Somos lo mismo, pero la pertenencia es sólo una cosa material ante nuestras decisiones. Se nos dio todo, y nos hemos quedado con sólo unas cosas, probablemente las peores. Yo soy otro testigo más de mi propia lejanía. Soy otro estúpido más que interrumpió el funcionamiento del mundo en algún lugar de su biografía que no alcanza a ver. Soy otro huésped de hotel y parador que una noche no entendió por qué la lluvia lo mojaba. Aquel urbanita con sed de protección e higiene.
 No puedo culparme, al igual que nadie puede hacerlo. Todos hemos, de alguna manera, evidenciado el cambio al nacer, hemos sido testigos de cómo el tiempo nos llena de adherencias que paradójicamente no tienen nada que ver con la tierra que pisamos. Probablemente la intensidad del dolor bajaría si el tacto impusiera su ley, y si supiéramos, que nunca vinimos realmente para alejarnos. Todo movimiento que hubo entonces no fue, como pensamos al principio, para llegar al mundo y mostrar nuestro cuerpo e inteligencia. Aquél inmenso mar no había sido el del náufrago que sueña con llegar a tierra, sino la cuna y lecho de nuestro ser. Es tan sencillo como eso. Conmoverse por el mundo, por cada pequeña cosa, sería el día a día de todos si comprendiéramos ésto. No harían falta las adornadas funciones de cine, ni habría que ser un gran actor teatral. Y es que aquel vagar de un lado al otro en el fondo ha sido, para muchos, la consumación de su propio afuera. Un afuera que hiere mucho más que la muerte, porque se produce mucho antes de que ésta realmente llegue.
A pesar, sin embargo, de estas palabras, el optimismo adquiere conciencia como una adherencia que se acerca al mundo para abrirse a él. Siento que es todo lo que hay que hacer. 
¿Buscar? 
Qué se puede buscar que no sea más que abrir los ojos en la dirección adecuada. Para muchos esto no sabrá a más que a pan para hoy y hambre para mañana. Para otros, la hambruna emocional es la mejor de las dietas. Yo no soy quién para decir qué hacer y hacia dónde marchar. Pero tengo algo claro. Cuando me he sentido errar y vagar a doquier, cuando el desamor se ha apoderado de mí, solo he podido decirme una cosa: 
querido amigo no puedes apartarte por mucho que quieras, 
porque tú provienes te este fluir, 
provienes y formas parte de esta vida…


domingo, 5 de julio de 2015

aforISMOs

altruISmO

Deja ya de ser altruista, hermano, deja ya de hacerte daño... deja de hacer daño a 'tus' elegidos. 
El altruismo es una forma muy sutil de egoísmo de la que se disfraza el ignorante para dejar de ser ignorado.


PAZyfismo

Y tú, hermano pacifista... 
cuantos como tú hacen falta para perpetuar el TERRORismo?
Date paz... déjanos en paz con la guerra
Camina con tu guerra hacia aquel otro planeta que se está extinguiendo 


DUALismo

Dualista, cállate... no te muevas, suelta, déjate llevar...
dentro de ti emerge una película
dentro de mi emerge otra película
Los humanos la hemos titulado: el mundo

Es curioso dualista... 
sabes que tú película y la mía no son la misma
sin embargo, cuando abres la boca te atreves a hablar como si supieras de qué trata mi película
cállate dualista... quédate ahí, quieto... suelta... disfruta de tu película 
yo ya disfruto de la mía, aún sin tu permiso


Habitantes del espejo-mundo

Si supieras que todo lo que aparece en tu pantalla lo estás creando tu misma; tu mismo
Cuando te das cuenta de eso, el espejo-mundo se vuelve revelador
Cada uno de los personajes pasan a ser creación propia, un maestro que da coherencia a nuestra original película
Nada ahí, afuera, es banal ni gratuito; nada.
Lo aparentemente superfluo cobra protagonismo. La cámara se detiene en las pequeñas cosas, en las sutiles emociones, extrayendo primeros planos de ellas, notas singulares en la gran orquesta que danza al compás del movimiento de una mano; tu mano 
La batuta ha estado ahí siempre, inmóvil quizás; o eso crees ahora. Pero lo cierto es que lleva oscilando mucho antes de que abrieras los ojos

Y sigue bailando
Y sigue observando la mano que se mueve y dirige sin que tú hagas nada
Y sigue viviendo
Y sigue latiendo
Y sigue, sigue... sigue siguiendo


domingo, 28 de junio de 2015

La larga luz y la lluvia




Quizá haya llegado brotando hasta aquí desde Moratalla. Con el mismo rumor que agujerea los tímpanos delicadamente. Quizá haya perfumado todo de azahar y primavera. Que se haya sobrepasado el límite estacional. Quizá haya envuelto la rudeza del cerramiento del edificio del garaje junto al balcón, de hiedra y jazmín. No lo sé. Pero la luz se ha alargado hasta aquí. 
La ciudad puede vestirse como quiera, y muy probablemente permanecerá con la misma cara boba durante un buen tiempo, pero nuestros ojos pueden cerrarse y llenarse de imaginación. Toda la luz de la lluvia, aunque parezca que no exista, brinda al hombre un sueño: mojarse de sol. Esperar a protagonizar algo imposible, inalcanzable. 
La ciudad no es un volumen acabado, ni siquiera podría serlo por mucho que nos empeñáramos. La lluvia, tan sólo la lluvia la cambia. Y eso habla de la hermosa vulnerabilidad de la ciudad. 
Recorrer la espera de lo acabado, sugerir la limpieza, esperar de rodillas la higiene es, sencillamente, una utopía inapropiada. Hay que saber esperar el cambio como un refugio estable, a pesar de lo que digan. Hoy la lluvia cae, moja la sequedad de los geranios muertos tras el periodo estival, y brinda a su marrón quemado, la posibilidad instantánea de una vida. Hasta lo muerto y lo perdido, tienen una nueva oportunidad -en el instante de la lluvia-, para resucitar. Esa es también nuestra prolongación, porque somos todos esos geranios debilitados al sol y arrugados por la lluvia. Nos movemos como ellos, según las estaciones. Y podemos brillar cuando parece que todo puede estar perdido. 
Si la lluvia es capaz de congelar a la muerte, retarla y sacudirla. Si la lluvia es capaz de hacer que broten palabras y poesías de los asfaltos y los contenedores de la basura, imaginaos que podría llegar a hacer con nosotros. Todo depende de la prolongación, de la prolongación de la luz interna. La que pude ver en Moratalla en una amanecer de exceso y abundancia, la que manipuló las retinas obligando a cerrar los párpados por su intensidad. Aquella luz que hoy era lluvia. Aquella luz que hoy era sonido y vida en el balcón, es una prolongación de nuestro cuerpo. Tan desnudo como la lluvia misma que cuando cae, ni señala ni acusa, ni acumula maletas, gafas o sombreros. Que no se aferra a aguantarse en las nubes, peleando e insultando su propuesta de caída. Que no se subleva por la búsqueda de la máscara o el disfraz por no verse bella al desprenderse. Que se sublima a la piel arrugada y envejecida que la cubre, sin dejar de sentirse joven y astuta. 
Así es la luz que se prolonga: la libertad del desnudo imaginario del hombre. Tan libre como estar en todos sitios sin estarlo, como estar aquí estando allí. Planeando en la lluvia, en la prolongación de la luz, que rebasando el umbral del balcón, y tras la invitación del jazmín, se cuela o ya estaba, 
quizá ya estaba, 
en el interior del alma…